El pasado domingo visité un bosque a orillas del río Sarela, en tierras de Compostela. Quería hacer un pequeño reportaje con motivos otoñales y cargar energía, esa que sólo puede proporcionar un relajante paseo por una fraga autóctona gallega.
Tras aseguramos de que en aquella zona no había alertas de incendio, nos adentramos en un monte de pinos altos y helechos rojizos, pero la fraga autóctona de robles, castaños y abedules no tardó en aparecer a medida que bajábamos por una suave pendiente hacia el afluente del Sar.
El día amaneció con un calor sofocante, producto del frente cálido que precedía al Ophelia, un huracán de categoría 2 que esa noche pasaría sobre el Atlántico muy cerca de Galicia, en su camino hacia Irlanda. Así que decidí no llevar el trípode para hacer el paseo más liviano, aunque ello implicase no poder hacer algunas fotografías por falta de luz.
El bosque estaba extrañamente silencioso, pero bellísimo bajo la luz tenue, dorada, trágica e irreal de un sol enrojecido por el humo. Bajo los árboles se respiraba mejor.
Durante las dos horas que caminamos por un precioso sendero cubierto de hojas secas, descubrimos un curioso campo de Amanitas muscarias extrañamente descoloridas, cientos de delicados crocos, helechos verdes y helechos secos, marrones, rojos, amarillos y naranjas, antiguos muros de piedra construidos para evitar los deslizamientos de las tierras sobre el río, y las melancólicas ruínas de dos molinos centenarios.
Aquel bosque de ribera compostelano nos ofreció imágenes inolvidables, mientras Jack y Fújur, nuestros compañeros caninos, corrían emocionados olfateando cada rincón.
Observando el sendero que dejábamos atrás, en compañía de Fújur, pensé en la paradoja de la vida. Mientras disfrutaba aquel momento de paz en un lugar mágico, en el mismo instante un infierno de llamas estaría destruyendo otros bosques a pocos kilómetros. La calma en la tempestad.
Fue muy triste y frustrante saber que no podía hacer nada más que seguir con mi vida y esperar. Aguardar rogando que no ocurriese nada irremediable…
Aquel domingo de octubre de 2017, mañana hace exactamente una semana, el día amaneció despejado, pero un manto de humo espeso se fue extendiendo por toda Galicia en pocas horas, de sur a norte, ocultando el sol… Olía a madera quemada…
Fue entonces cuando, al regresar de la caminata, empezamos a ser conscientes de la difícil situación y de los más de cien incendios declarados aquel día, agravados por el fuerte viento y el peligroso eucaliptal en que se han convertido muchos de nuestros montes en las últimas décadas.
La nube de humo era muchísimo más espesa que por la mañana. A las seis de la tarde parecía de noche y llovía ceniza…
Nunca Máis!
Gracias por leerme y por vuestros comentarios aquí y en mis redes sociales. ¡Que paseis un muy feliz sábado! ♥
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© Estefanía Domínguez Cagigao
Agradecimientos:
A Manuel López, por su ayuda en la realización de varias instantáneas.
Que relato y que fotos tan bonitas.
Lo de nuestros bosques, no hay palabras para describir la pena que todos los gallegos sentimos.
Nunca Mais.
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Así es Marta. Muchas gracias ♥
Nunca Máis!
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